jueves , 18 abril 2024 9:23 pm

También tiene una segunda oportunidad

Cipriano Martínez se paró frente a los presos alojados en la Unidad Número 48 de San Martín, se estremeció en lágrimas y les dijo: «Todo estos días estuve pensando que lo mío era lo peor del mundo; de cómo en 3 segundos que no tienen perdón arruiné todo, pero ahora comprendo que hay cuestiones mucho más serias y dolorosas que lo mío, y que desde el rugby puedo ayudar, y no para que me bajen la pena». La escena ocurrió un viernes, día en el que en el pabellón 8 -donde se levantó un santuario- presos y ex jugadores que acuden al Penal para aportar herramientas del rugby que ayuden a una posterior reinserción social, se reúnen para rezar un rosario y hablar de diversos temas. El sábado anterior, Martínez, pilar de Pucará, le había pegado una terrible patada en la cara a Juan Masi, de San Albano, durante un partido de Intermedia, y esa imagen fue viralizada de tal manera a través de las redes sociales que el episodio llegó incluso a la World Rugby.

La cuestión estrictamente reglamentaria desde lo deportivo se resolvió en los últimos días con una sanción de 29 años que la URBA le impuso a Martínez, quien durante ese tiempo no podrá ejercer ninguna actividad oficial dentro del rugby. Pero el jugador chaqueño, quien se vino a Buenos Aires para jugar primero en el SIC y luego en Pucará, porque, tal como dijo en el penal, «el rugby era mi vida», sí tendrá un lugar en la tarea que Eduardo «Coco» Oderigo y Diego Claisse encabezan junto a un grupo de voluntarios en la Unidad 48, desde donde surgió el equipo de rugby los Espartanos. Aquel viernes, Martínez llegó al penal invitado por Nicolás Degano y José Gamarra, hombres de Pucará y del SIC, respectivamente.

El caso de Martínez le disparó a Oderigo, abogado y hombre del SIC, una idea que se la trasladó al vicepresidente de la URBA, Gustavo Cohen: crear una figura dentro del reglamento para que los jugadores con largas suspensiones se incorporen como colaboradores, a modo de probation, a los múltiples emprendimientos que se están llevando a cabo en el país bajo el rótulo de rugby social. «Necesitamos más voluntarios y con Cipriano sumamos uno», le contó ayer Oderigo a LA NACION.

Lo que ocurrió con esa agresión dio también para abordar otras cuestiones que tienen que ver -y no- con el rugby. Por un lado, refrescó que éste es un juego para incluir y no para expulsar. Es para destacar primero la actitud de Pucará, que internamente intentó contener al jugador más allá de condenar, como se debía, lo que hizo. También la comprensión de San Albano y del mismo jugador agredido. Todos se hicieron cargo de la situación en un país cuya mayoría de referentes precisamente hace lo contrario, y dentro de una sociedad que a través de las redes sociales y de los foros pide sangre sin medir contexto ni situación alguna.

Martínez se presentó el lunes siguiente al episodio ante el plantel superior de Pucará y pidió perdón por lo que había hecho. Los días posteriores estuvo muy deprimido, y eso fue lo que los llevó a Degano y a Gamarra a invitarlo a la Unidad 48. A la semana estaba colaborando con los Espartanos.

Quedará como tarea -siempre lo estará- recordar desde el comienzo cuáles son los fundamentos del rugby, que éste sigue siendo un juego y pregonar para que la vara disciplinaria funcione siempre como ocurrió en este caso. Cipriano Martínez no volverá a jugar, pero, si se lo propone, tiene por delante una segunda oportunidad que también se la dio el rugby.

Autor: Jorge Búsico

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